A ciencia cierta, y para ser francos, tengo pocos recuerdos de mi madre.
La última imagen que tengo en mi cabeza, es de ella bajándose corriendo del bus, y cerrando la puerta, impidiéndome el paso.
Ah, y también tengo otro, y es que nos encontrábamos en un baño, o algo así, el caso es que ella se metía en un cubículo, y me halaba con ella, recuerdo que se colocaba una aguja en los brazos, según ella, era para combatir el frío del invierno y para curarse una enfermedad de la cuál nunca me habló.
El caso es que se ponía muy rara luego de hacer eso, pero yo la dejaba por que tenía deseos de que se curara, a veces notaba cierta desesperación al hacerlo, pero supuse que le dolía algo, y por eso lo hacía.
Al grano, es así como comienza mi historia.
Al principio dije que el último recuerdo que tengo de mi madre, es de ella bajándose del bus, no? En efecto, así fue.
Para ese entonces yo tenía como 5 años, o tal vez ocho, quizás.
No recuerdo lo que pensé cuando la vi correr lejos, ni tampoco lo que sentí cuando me percaté que el bus arracancaba apartándome de ella.
Nadie notó nada, ni siquiera yo mismo.
Sólo sé que estaba sentado en el puesto del copiloto, justo al lado del señor que manejaba.
No se mucho de él, pero parecía llamarse algo así como Juan, o Ramón.
Recuerdo que era un gordito de bigotes moteados de negro y blanco, de cigarrillo en mano, testarudo pero amigable.
Pasé todo el día sentado con el en el bus, de vez en cuando se dignaba a regalarme un sándwich, creo que pensaba que siempre tenía hambre.
Vi pasar el día a través de la ventanilla de la puerta, pasaron muchas mujeres, hombres, personas, cosas, pero nada se parecía a mi mamá. Creo que no importaba, tenía la certeza de que regresaría a buscarme.
En fin, al caer la noche, y bajarse la última persona de ese transitado autobús, nos desviamos de la ruta para meternos en un callejón oscuro, donde habían mujeres paradas frente a los locales y en las esquinas, con una vestimenta un tanto llamativa, algunas con botas altas de patente, que le llegaban a penas unos centímetros debajo de las rodillas, faldas muy cortas, y escotes llenos de brillantes que resaltaban el busto tan extravagante.
Entramos en uno, parecía que no era la primera vez que el señor de bigote se paseaba por ahí, saludaba a todos con picardía, y escandalosamente.
Nos sentamos en una mesa, y se acercó una señora que no era tan vieja, cruzó algunas palabras con el señor del bus, y me llevó con ella a un vestidor, o algo así.
Me senté en el banquito del medio y frente a mí desfilaban grandes y medianas nalgas, piernas, caras, pieles desnudas o emperifolladas, de todo.
Pasó el tiempo, y noté que ese era mi nuevo hogar, pues vi que me habían acomodado una habitación (si es que así se le puede llamar).
Para cuando cumplí los 16, al fin pude optar por tomar a alguna de las putas con las cuáles vivía, y perder mi virginidad, ya era hora.
Maduré en ese lugar, me acostumbré a esa vida, era cómplice de muchos empresarios y políticos que aclamaban tener una familia perfecta y ejemplar, pero como verán, al caer la tarde, siempre se paseaban por Voyeur a comprar noches.
A los 20, Marta, la señora no tan vieja con quién me dejó el señor del bus, me dejó como encargado de sus chicas ya que estaba por morir.
Me convertí en el encargado de Voyeur, pues, según Marta, yo sería al único que manejaría el negocio como si fuese ella misma.
Nunca me enamoré realmente de ninguna meretriz, podía tener a la que quisiese, y muchas veces sentí que las amaba, pero luego me daba cuenta que se debía a que me había enseñado cosas nuevas en la cama, y más nada. Siempre se iban y me dejaban sin dinero y sin leche.
Pero hubo un día, un muy extraño día en que entró una chica mulata, de ojos llamativos y tacones altos…
Preguntó por el encargado y enseguida me acerqué sonriente, tratando de parecer encantador. Ella era un poco fría, quizá en realidad sólo era tímida, no se.
Conversamos un rato, y me dijo q estaba buscando trabajo. Yo por supuesto, a mi pesar la ayudé, puesto que en realidad lo que quería era casarme con ella, pero no tuve pantalones para decírselo.
Ella permaneció mucho tiempo allí, siempre hablábamos, nos hicimos muy amigos, bueno, aunque yo siempre tuve intenciones de llevarla a mi habitación, pero la muy difícil muchacha nunca se dejó.
…Una noche nos embriagamos en el burdel, yo por primera vez me percataba que no solo quería estar con ella, si no, que también la amaba.
Lo bueno de todo esto, es que ella borracha, me dijo que también me amaba, y me explicó que nunca quiso estar conmigo, por que tenía miedo de quedarse enamorada.
No, aunque no lo crean, no lo hice, no me aproveché de su ebriedad, sólo dormimos juntos, lo único que quería era despertar con ella en la mañana…
Ahí está el problema.
Me despierto, abro los ojos sonriente, pues sabía que ella estaría allí a mi lado.
Y bien, no estaba, -Era de esperarse, ¿no?-
Pues como en toda película de los 80, encontré a mi lado una nota que decía:
Querido Pierre, al despertarme "recordé" que era tu hermana, Marta una vez me habló sobre tu procedencia y ahora parece, que es igual a la mía. Seguro procedemos de la misma drogadicta, que abandona pequeños en los buses.
PD: Me llevé a las chicas y el dinero que guardabas bajo el colchón.
-Sí, señores, acabé igual o peor que muchos, mi supuesta hermana se llevó a mis rameras, mi dinero, y mi última esperanza de enamorarme-
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